Esta noche, mis dulces vampiros, os traigo un relato, muy especial, me costó trabajo hacerlo, pero he quedado muy, muy satisfecha con el resultado, así que espero que os guste.
Solo me queda deciros que es para un concurso, que realiza Scarlet, en uno de sus blogs. Este blog, trata sobre una revista que esta creando, Mundo Vampirico, y es, pues eso, una revista dedicada a los vampiros. Así que, me presento con este relato, y espero que lo tenga en cuenta, ^^
Mi nombre es Lilith, y soy un vampiro. Se que muchos os estaréis preguntando el porque he decidido contar esta historia, pero tened paciencia, vuestras dudas serán acalladas.
Todo comenzó cuando nació mi segundo hijo. El júbilo que sentí fue grandioso, pero el fruto de mi vientre, no era más que la personificación del mal.
Ya de pequeño, Ares era malvado. Hacía daño a todos los demás niños que habitaban en la fortaleza. Todos le temían, aún a pesar de ser un crío. Tan solo yo, podía hacerle entrar en razón. Jamás me faltaba al respeto.
Los años pasaban y el pequeño Ares se convirtió en un apuesto joven. En su adolescencia, por llamarlo de alguna manera, fue temido por las aldeas colindantes, y en la fortaleza se temían sus rabietas. Si alguien hacía enfadar a Ares, este se encargaba de desangrarlo, y ensartarlo en un poste, para que los demás aprendiesen.
Un día llegó a la fortaleza una joven vampira, llamada Charlotte, la cual no había conocido más que las paredes de su palacio de Austria. Su larga cabellera rubia, y sus ojos de un azul intenso, cautivaron a mi hijo. Charlotte y él hicieron buenas migas enseguida. Ares, si se lo proponía podía llegar a ser encantadoramente irresistible, con esos ojos verdes, iguales que los míos, y su cabello negro despeinado. Aquella muchacha, no tenía ni idea de cómo era mi hijo en realidad. Él se encargaba de que nadie, salvo él mismo, le hablase. Charlotte, estaba enamorada, así que no le importaba que solo fuese Ares quien tuviese contacto con ella.
La joven, solo bebía de la más exquisita sangre, la cuál obtenía a través de mi hijo. Ares, se encargaba de elegir a los humanos de los que provenía la sangre, se hacía cargo de todo. Los desangraba, empaquetaba su sangre, y después los mataba. Charlotte creía que la sangre provenía de voluntarios de la fortaleza. ¡Cuan equivocada estaba!
Un día Ares llevo a su enamorada al bosque, tenía en mente pedirle matrimonio, pero las cosas se torcieron un poco. Al llegar al bosque, se encontraron a una pareja, la cual se robaba tiernos besos debajo de un roble. Ares, al ver la escena, se enfadó muchísimo. Quería que todo fuese perfecto, y lo último que esperaba era que otra pareja utilizase el lugar que había escogido. Soltó un siseo, que heló la sangre a la pareja de novios, se dieron la vuelta y lo vieron. Intentaron huir, mi hijo estalló en carcajadas e intentó salir detrás de ellos, pero Charlotte le agarró y le preguntó que hacía. Él, con los ojos rojos por la sed, le dijo que aquel iba a ser el lugar, y que nadie podía pisarlo jamás. Se soltó de ella, y corrió tras la pareja de enamorados. Primero alcanzó a la joven, pero cuando estaba punto de clavarle los colmillos, el chico se puso en medio, e intentó defender a su amada. Ares rió, rió con ganas. Le preguntó porque hacía aquello, le dijo que podía salvarse si dejaba a la chica allí. Pero el le contestó que jamás abandonaría a su amor, que pasase lo que pasase siempre la protegería.
Mi hijo, se quedó pensativo, y al girar la cabeza vio a su propia amada, la cuál lloraba a lágrima viva, mientras le suplicaba que dejase marchar a la pareja. Ares, a regañadientes soltó a la chica, y los dejó ir. Se acercó con calma a Charlotte, y prometió no abandonarla jamás, protegerla siempre, pasara lo que pasara.
Es una pena que no cumpliera su palabra.
Ares, se casó con la dulce joven. Fue una boda hermosa. Ella no volvió a sacar el tema, no le preguntó de donde le venía aquella maldad que apreció el día de su pedida. Pues pensó que se debía al temperamento impulsivo de los vampiros, ya que ella lo sabía de buena mano.
Los años fueron pasando, y Charlotte, cada día que pasaba tenía más ansias de salir. Ares, la obligaba a quedarse con él, no dejaba que nadie más que sus doncellas o yo misma, la tocaran, o le hablaran. La tristeza embargó a Charlotte, no quería alimentarse, ni salir de su habitación. Se distanció de Ares, quién furioso, empezó a pagarla con todo el reino.
Al cabo de unos meses, Ares ya no podía más, y decidió dejar salir a Charlotte, siempre y cuando saliese con él, o en todo caso conmigo.
La joven vampira, volvió a ser la de antes, estaba feliz. Ares la acompañaba siempre, sin embargo aquella noche no podía, y como Charlotte llevaba varios días sin salir, estuvo rogándole todo el día, hasta que consiguió que la dejase salir conmigo.
Salimos de la fortaleza, Charlotte quería ir a la ciudad. Era la primera vez que salía conmigo, así que aprovechó para pedírmelo. Ares jamás la llevaba a la ciudad, y bueno…yo decidí que ya era hora de que viese como habían cambiado las cosas, ya que llevaba 150 años sin estar en una.
Cogimos el coche y nos dirigimos al centro. La bella vampira, no daba crédito a sus ojos. Cada sitio que veía, me decía que lo quería visitar . Las luces la ilusionaban y la atraían. Yo, intentaba calmarla, y asegurarle que tendría tiempo de ver todo cuanto quisiera, que primero debíamos ir a un sitio en concreto.
La llevaba al club Medianoche, era un club exclusivo para vampiros, y parte de este era mío. Teniendo en cuenta que era su primera visita a la ciudad, y que debía protegerla de prácticamente casi todo, sería un buen lugar para su primera vez.
Aparcamos el coche y nos dirigimos a la entrada, Charlotte miraba a su alrededor con cara de asco, pues aquel callejón de mala muerte no era muy agradable, teníamos que hacer que los humanos, no quisiesen pasar por allí, y lo conseguíamos bastante bien. Llegamos a la entrada, una simple puerta de acero ennegrecido, llamé con los nudillos tres veces, y un resquicio se abrió en mitad de la puerta. Conforme lo abrían iban preguntando la contraseña, pero en cuanto vieron mi rostro, abrieron la puerta para que pasásemos.
Charlotte miraba en derredor fascinada. El local era acogedoramente siniestro, prácticamente todo era rojo y negro, pero había la luz justa para que los vampiros se sintiesen seguros. Contaba con espaciosas mesas y reservados pequeños. Pasamos de largo aquella zona, y nos adentramos en le interior del local. Bajamos unas escaleras y entramos en la zona reservada para los clientes importantes. Allí se realizaban algunos actos que, sinceramente, no eran mucho de mi agrado. Seguimos por el estrecho corredor, mientras observábamos como a una joven le desgarraban la garganta y le abrían una abertura en el vientre para llenar sus copas. Charlotte miro hacia otro lado, mientras me preguntaba porque hacían eso. Le contesté que en el mundo existían vampiros que no eran tan bondadosos como nosotras, y que disfrutaban haciendo cosas horribles a gente inocente. Mi corazón se encogió pensando en que acababa de describir a mi propio hijo.
Por fin, llegamos a mi reservado. Estaba casi, al fondo del local, yo me había encargado de decorarlo según mis gustos, y bueno, ¿que decir de él?. Ni de lejos era tan oscuro como los anteriores, la mayoría de los sillones y cojines, eran de un blanco resplandeciente, las paredes estaban impolutas, ya que odio la suciedad, y había alfombras de pelaje de lobo ártico por doquier, (un placer que me di en uno de mis viajes al Norte). Estuvimos conversando, y reímos hasta bien entrada la madrugada. Mientras cogía la quinta copa de sangre, me preguntó si podríamos venir a aquel lugar más a menudo. Yo le aclaré, que si mi hijo no se enteraba, podíamos venir cada vez que quisiera.
Cuando por fin regresamos a la fortaleza, Ares estaba esperándonos. Yo, le había dicho a Charlotte lo que tenía que contarle. Debía decirle que habíamos estado en uno de los pueblos cercanos, y que yo le había enseñado a desgarrar la garganta a un humano. Ares me miró, yo asentí, y estalló en risas y aplausos. Mandó a su joven esposa a descansar, y se quedó conversando conmigo. Me dio las gracias, por hacer que Charlotte aprendiese, y me contó en confidencia, que si seguía así, podría contarle toda la verdad. Como era él en realidad, y pedirle que se uniese a sus fiestas nocturnas. Aquella fue la última vez que lo sentí hijo mío. No por los hechos que me contaba, sino, por la intimidad de aquella charla.
Durante los siguientes meses, llevé a mi dulce nuera, a conocer la ciudad, pero la mayoría de días, acabábamos en Medianoche. Charlotte estaba feliz, se sentía aceptada, y yo viendo su aparente buen estado y felicidad, rejuvenecía cada día que pasaba con ella. Lo único que ensombrecía aquellas magníficas horas, era la sensación de que estaba traicionando a mi hijo, y que, cuando se enterase…
Una noche de luna llena, Charlotte me pidió salir. Llevaba una semana sin estar a solas conmigo, y me decía que necesitaba esas horas que pasábamos en confidencia. Salimos de la fortaleza y nos dirigimos como siempre derechas al club.
Maldita hora en la que cedí ante mi pequeña niña.
Al llegar al local, entramos, y una de las camareras, me dijo que no podía entrar en mi reservado. Le pregunté el porque, y no supo que contestarme. Estaba furiosa, pero pensé que quizá se trataba de algún asunto oficial, así que decidí ir a uno de los reservados anteriores a mi habitación. Charlotte se enfadó y me dijo, que no quería estar allí, que aquel ambiente la entristecía, y no quería ver las cosas horribles que allí sucedían. Así que decidí que no me importaba si era un asunto oficial. Entraría a sacarlos con mis propias manos. Por algo el local me pertenecía en parte.
Anduvimos por el pasillo, hasta encontrarnos delante de la puerta del reservado. Un cartel colgaba de la puerta. Rezaba, “No entrar bajo ningún concepto, o seréis sentenciados a muerte”. Me estaba enfadando, pensé que hasta podía ser una broma pesada de alguno de mis socios.
Que equivocada estaba…
Al abrir la puerta, nos quedamos petrificadas. La escena que tenía lugar allí, me revolvió el estómago, e hizo que me tambalease en busca de apoyo. Se trataba de mi hijo. Se encontraba en mitad de la habitación, que ahora era roja, debido a toda la sangre, que salpicaba cada mota de color blanco, sillones, paredes, mis preciadas alfombras... Era una masacre. Había cuerpos por doquier, dos jóvenes estaban descuartizadas en un rincón, en el otro lado del cuarto, un niño pequeño tiritaba de miedo ante la visión que tenía delante. En el techo, estaban colgados, más o menos una veintena de cuerpos, todas ellas mujeres jóvenes y bellas, las cuales estaban encima de un cubo, que tragaba cada gota que salía de sus cuerpos. Y, al fondo de la habitación, pude comprobar con lágrimas en los ojos, una pira de cadáveres, amontonados sin más. Cuerpos sin vida, desnudos y cubiertos de sangre.
Pero lo peor no era todo aquello. Lo peor fue la mueca de asco que tenía el rostro de Charlotte. La muchacha tenía los ojos desbordados en lágrimas, y una expresión de auténtico dolor, y pura desesperación por lo que sus ojos veían. Cayó de rodillas, y comenzó a gritar.
Ares, en ese instante dio media vuelta, los ojos inyectados en sangre, la postura de un cazador, la sonrisa de maldad que dejaba entrever sus afilados caninos. Caminó hacia nosotras, con aquella repugnante sonrisa de asesino. Hasta que llegó a un punto de la habitación, en el que pudo distinguir nuestras figuras. La sonrisa se le borró del rostro, y un siseante “no”, salió de sus labios. Su grito se metió en lo más profundo de mis entrañas. Lo que más me temía, acababa de suceder.
Ares me agarró del cuello, y comenzó a blasfemar en contra mía, jamás le había oído decirme nada malo, nunca me había faltado al respeto de aquella manera. Me dijo que me iba a matar, y que nada ni nadie en este mundo podrían salvarme. Pero justo en el instante en que dejé caer mi cabeza, aceptando el destino que se me había concedido. Unas palabras desgarraron el aire. “Eres un monstruo”. Charlotte le gritaba todo lo que se le pasaba por la cabeza, mientras intentaba no derrumbarse. Le escupió todas las frases hermosas, que en algún momento Ares le había dedicado. Pero lo que mas le dolió, fue cuando Charlotte le gritó que de haber sabido la verdadera naturaleza de sus actos, lo que era en realidad, jamás habría estado con él.
En ese instante Ares soltó mi cuello, y se dirigió hacia Charlotte. Está asustada retrocedió unos pasos, pero le echó valor e intentó plantarle cara. Los siguientes segundos fueron horribles. Mi hijo se dedico a llamarle de todo, y la agarró por el pelo, arrastrándola por toda la habitación cubierta de sangre. La pobre chica estaba al borde del estado de shock, quien gritaba debido al dolor que Ares le causaba con cada golpe. Los ojos rojos del asesino, brillaban expectantes ante la idea de otra muerte más. Ares, ya no era él mismo. La sed de sangre y la maldad se habían apoderado de su alma.
Omitiré lo que le hizo los siguientes minutos, ya que es demasiado perturbador, como para expresarlo con palabras. Lo único que recuerdo claramente, es el cuerpo mutilado de mi querida niña, mientras sus ojos se apagaban, y me decía, sin pronunciar palabra, “huye por favor”.
Salí corriendo, mientras Ares se alimentaba del cuerpo sin vida de su antes amada Charlotte. Conseguí coger unas cuantas cosas de la fortaleza, y escapé hasta estar en un lugar seguro.
Espero que sus preguntas se hayan silenciado. Lo último que me queda por decirles, es lo siguiente.
Después de encontrar un lugar seguro en el que poder esconderme, decidí prepararme, para la más ardua tarea, que jamás se le pueda encomendar a una madre. Algo, que no sé, si seré capaz de realizar. Solamente rezo, para que todas las almas que vagan sin cuerpo debido a él, me ayuden en mi labor.
La batalla se avecina, y solo espero tener el suficiente valor, como para poder matar a mi propio hijo.